De vez en cuando, y sin afanarme demasiado en las pretensiones, me gusta sentarme en el balcón de los pacientes para ver pasar la vida de los demás, la vida que también pasa irremediablemente para mí, dejándome muchas canas y las justas ganas. Y es que en la labor del observador siempre está presente un sentimiento de analista y corrector, algo así como el “Torquemada” de las conductas, el inquisidor de las mañas prácticas. Tampoco piense usted, amigo lector, que se trata de ajusticiar a nadie por lo que hace, dice o escribe. En realidad se parece más a la postura voyeur de quien presume de ser un excelente observador, y perdón por la falta de modestia. Y es en este ecosistema vital en el que extiendo mis días y mis noches, observando.

Convendrá conmigo que si hay un escenario propicio para el estudio y el análisis, ese es el ámbito político, en el que aburrirse es cosa de aquellos que nada hacen. La política se puede ver desde varios ángulos; desde fuera, desde dentro o en la ambigua línea que separa lo uno de lo otro. Como en cualquier otro ámbito de la vida, en la política están los que acceden por vocación, los que cayeron ahí “por casualidad”, los que llegaron casi coaccionados, los buscadores de reconocimiento (personal y económico), y un grupo que siempre me ha cautivado por su ambigüedad, el compuesto por los que nada tienen que aportar pero están porque es guay.

Los tiempos presentes se han convertido en el caldo de cultivo para quienes abanderan “la política guay”. Los hijos de griteríos de plaza y de corrillos con megáfonos de feria, se asomaron a las instituciones y descubrieron que allí no se estaba tan mal. Probaron a reposar sus rozadas nalgas en los asientos orgánicos y les recorrió una suave brisa por todo su cuerpo, sustituyendo el pachuli por otros aromas menos rancios. Y así fue como las analfabetas hordas de espumeantes gritones de plazoleta, llegaron a la política de verdad, aquella en la que por encima de la foto chula tiene que haber capacidad de gestión. Poco a poco fueron entrando en ayuntamientos, diputaciones, cabildos y parlamentos. Algunos de ellos, acostumbrados a tirar piedras a la policía y gritar “Godos de mierda”, ahora estrangulan su encachazado cuello con alguna pajarita de las que ya vienen con el nudo hecho. Muchos de los que daban patadas en manifestaciones de “chochos y moscas”, de gritones de folletín, ahora se pasean en actos oficiales entre aquellos a los que antes abucheaban, entre los que hasta hace unos días llamaban casta política.

¡Y donde dije digo, ahora digo Diego! Escondieron el pañuelo palestino y empezaron a utilizar mocasines sin calcetín, cambiaron los vaqueros de Primark por mullidas faldas, y las cholas desveladoras de negros talones agrietados, por lustrosos tacones de base roja. Las casas crecieron casi al mismo tiempo  que las cuentas corrientes, los paseos por la barriada ahora no se estilan, porque esta estirpe política de hechura irregular, prefiere no codearse con la chusma. El coche ahora tiene plaza de aparcamiento nominal, y por las calles estiran el pescuezo buscando el forzado reconocimiento. Es la política que se ha encapsulado en los universos paralelos, aunque me permito ajustar el término dejándolo como “universos para lelos”, y para no andar con ofensas gratuitas y buscando la integración en mi pequeño artículo, también  quiero referirme como universos para lelas y para leles. Basta con echar un vistazo en algunas instituciones para darse cuenta del nivel intelectual de los reconvertidos; Concejalías en manos de pregoneros de facultad, okupadas por vagos a las que el trabajo siempre les ha quedado grande. Consejerías de palurda dialéctica y oratoria emponzoñada en el estiércol de los vocablos y adjetivos.

Por suerte la sapiencia de la ciudadanía, aunque con retardo, suele ser sabia. Aquellos vecinos que antes eran abrazados por estos cantamañanas y ahora sufren su indiferencia, tienen memoria. Aquellos que depositaron su voto dando entrada a las instituciones a los del encefalograma tortuoso, ahora están despertando ante el baño de realidad, ante el cafrerío neo-burgués de progresistas verborreas. ¡Se sienten estafados!, estafados por los niños que juegan a hacer política en los universos para lelos.

Universos para lelos
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