En España y de un tiempo a esta parte, se ha emponzoñado la política de plazoleta ocupada, esa portadora de olor a cutre pachuli manufacturado en vivienda de porretas. De aquellos megáfonos teledirigidos, a estos desdibujados bronquistas de escaño que poco a poco han ido dejando atrás el pañuelo palestino para sustituirlo por resplandecientes trajes de firma confirmada. Pero lo cierto es que «aunque la mona se vista de seda, mona se queda», y es la resultante del griterío hediondo que se ha instalado en el Congreso de los Diputados, el Senado y otras cámaras representativas a nivel regional.

Los que nacimos en barrios del montón, de esos que solo importan electoralmente, hemos lidiado a lo largo de nuestra infancia y juventud con los quinquis del barrio, los seleccionados para drogarse, pelearse y comunicarse mediante el gruñido más sonoro. “La especie elegida”-aunque se me enfade Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez, autores de libro con ese mismo nombre- que dominó el barrio cuando yo era un niño, dio paso al rojillo de facultad, ese espécimen con gafas de John Lennon y camiseta soviética que andaba por los pasillos convocando a la sublevación estudiantil, calentando verijas en los crudos bancos de la cafetería universitaria.

La golfería pasó a academizarse con claras ínfulas partidistas, envuelta en la negritud de la ignorancia y espurias intenciones poco académicas. Es de ahí de donde salieron muchos de los que ahora juegan a ser estadistas, salvapatrias y luchadores sociales. Ahora poco importan los orígenes chusqueros y babeantes, atrás quedaron los mítines de patio y acampadas de plaza pública. Aquellos aciagos días dieron paso a los aromas de Chanel y tardes de barbacoa en casitas de alto nivel. Ahora ninguno habla de lo que fue ni de cómo fue… ahora de eso simplemente no se habla.

El zoológico de los ineficaces

¡Pasen y vean!, bienvenidos al circo de tres pistas en el que estos aberrantes de la oratoria han convertido nuestras instituciones. Si mira a la izquierda, allí al fondo, podrá ver a una ministra que con sus normas ha permitido sacar a violadores y delincuentes a la calle. Junto a ella un ministro poco consumidor de carne pero que se apunta a las mariscadas sindicalistas de bermellón aroma centollero. Si escucha un fuerte estruendo no se asuste, ahora los terroristas también deciden en el gobierno de la nación, la misma nación que no reconocen más que para cobrar los 126.582,68 € anuales que le pagamos a cada uno de ellos. En la misma pista circense escuchamos a los enemigos de España que hablan en nombre de una Cataluña que no les pertenece, un puñado de chantajistas que se acuestan con el presidente pero al levantarse solo aparecemos meados todos los españoles….

En la pista número dos de nuestro particular circo nos encontramos a los niños del cortijo y nietos de haciendas caciquiles y franquistas, estos que «apuntan maneras… y ¡¡fuego!!». Esta parte del elenco se viste de verde, con poca esperanza y no mucho más futuro. Juegan un papel fundamental en la actual realidad política, y es que es sabido que las chinches se matan con productos corrosivos y con altas dosis de olor a naftalina. En estos decorados nadie habla, todos gritan, todos desconfían… todos, todas y todes. Permítame amigo lector, como no estoy puesto en esto de las nuevas terminologías, añada el todis y el todus, porque prefiero pecar de exceso que no quedarme corto en el juego de las escoradas apologías.

Por último le invito a pasar a la tercera de las pistas, recayendo nuestro espectáculo en la Comunidad Autónoma de Canarias, tierra en la que me circunscribo y desde la que escribo. Aquí se juntaron unos cuantos en el ridículamente llamado “pacto de las flores”, pacto que con el paso de estos años ha deshojado las rosas rojas para empuñar un manojo de flores muertas con olor a camposanto. Y es que en las familias cuando hay un cuñado, mejor no invitarle a las cenas porque acaban por llover cuchillos, martillos y hoces. Este es un pacto caduco del que solamente se salvará el cuco –que habla silbando-.

Los del logo morado en Canarias están siendo ejemplo de vaguedad, simplonería y total ineficacia. Me recuerdan al pedo del lemur rufo rojo [Varecia rubra], que va echándose pedos con sus andares, arrasando por donde pasa, pero lo hace muy silencioso, con movimientos imperceptible; a ojos del que lo ve diría que se está tocando los ovalados atributos, y es que la clave está en no hacer nada y además parecerlo.

La dialéctica del quinqui en la política canaria se tiñe de soflamas incendiarias rellenas de nada, de la más oscura y profunda nada, unos auténticos ¡parásitos! Y aunque el término puede parecer ofensivo –nada más lejos de mí intención-. Según la RAE se trataría del organismo animal o vegetal que vive a costa de otro de distinta especie, alimentándose de él y secándolo sin llegar a matarlo.

Si me lo permite, en otra ocasión hablaremos de los machirulos de bragueta y de las feminazis que enseñan sus manifestantes tetas… pero esa ya es otra historia.

La fauna del quinqui político
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