El ser humano viene provisto de serie con grandes virtudes, con el marchamo innato de la maravillosa ignorancia infantil y el paulatino crecimiento personal. No son pocos los falsos ascetas que apuntan a que toda persona nace con la maldad latente, con pactos demoniacos establecidos incluso antes de nacer, pero la única verdad es que la vertiente maléfica al igual que la estupidez se adquieren con los años cumplidos. De algún modo podemos afirmar que al nacer llevamos implícito un precinto de garantía que inevitablemente iremos rasgando con cada año que cumplimos. Lo único que nos queda es preservar todo aquello que podamos de la herencia de nuestro pasado, y hacerlo con el mayor respeto y responsabilidad posible.
Algo parecido debe ocurrir con el patrimonio material, con las piedras que han ido dibujando los callejeros de nuestra historia, los planos de nuestro pasado. Velar por la preservación de nuestro patrimonio es cosa de todos, de cada uno de los que dejamos la sombra de nuestros pasos entre las callejuelas, plazas y pasillos. Cada uno de los ciudadanos debemos defender este legado como si de la natal vivienda se tratase, debiendo primar las acciones institucionales y la higiénica implicación de las corporaciones públicas más inmediatas. Precisamente es en este aspecto donde me gustaría hacer un breve alto, motivo de este breve artículo.
La Laguna en manos de la torpeza
La ciudad de La Laguna fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1999 como “ejemplo único de ciudad colonial no amurallada”. Desde aquellos ilusionantes días hasta los que nos están tocando vivir, el legado histórico lagunero ha sufrido algunos altibajos, sin obviar que en los últimos años la desidia, el deterioro, el analfabetismo y por qué no decirlo, el abandono han venido para enraizarse en el patrimonial casco lagunero. Y es que no hay nada más peligroso que darle una hermosa tarta a quien tiene las manos sucias, porque irremediablemente acabará por enfangar las bondades y virtudes de tan preciado pastel. Y así nos encontramos con una calle San Agustín que a modo de impuesta yincana, puede presumir de sucias vallas, carteles de obras, desorganizados cableados y no pocos fallos en el pavimento… Papeleras y bancos no busque porque escasean en toda la ciudad.
Estamos siendo testigos de cómo se “dejan caer” casi literalmente algunas añejas casas para dar paso a la modernidad contraria a una zona patrimonial. Frente a nuestros ojos se juega constantemente con las promesas referidas al Palacio de Nava, el archivo histórico o el mercado municipal. Nos ha tocado ver como se “empicha” una calle donde antes hubo adoquines y se opta por pintorrear el asfalto convirtiendo la calle Heraclio Sánchez en una jabonosa pista para los resbalones y el más que notorio mal gusto estético. Ejemplo de la desidia del actual equipo de gobierno también lo podemos ver en los restos arqueológicos que se tapan bajo lonas y hormigón, las interminables obras de parcheo improvisado del complejo conventual de San Agustín, el casi delictivo estado en el que se encuentra la plaza del Adelantado o la suciedad que encangrena las calles anexas a las tres principales que surcan la verticalidad de la ciudad.
Nos están tocando vivir tiempos malos para evitar la crispación frente al método populista, rancio y efectista que se pone en práctica. A pesar de las advertencias llegadas con tono alto desde la OCPM (Organización de las Ciudades del Patrimonio Mundial), aquí se mira para otro lado, para el lado que mejor queda en las fotos, para el lado donde no dan las sombras. Guste o no guste, el patrimonio lagunero está en completo peligro, porque no hay nada más peligroso que la ignorancia no admitida.