Juanca Romero Hasmen ©2024 –
No puedo evitar cuestionar la integridad y las intenciones de Sor Isabel de la Trinidad y su congregación. La madre abadesa, que ha estado al frente del convento de Belorado y del vasco de Orduña, parece haber olvidado los principios de humildad y servicio que deberían caracterizar la vida monástica.
𝐋𝐚 𝐚𝐦𝐛𝐢𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞𝐬𝐦𝐞𝐝𝐢𝐝𝐚 𝐲 𝐥𝐚 𝐠𝐞𝐬𝐭𝐢𝐨́𝐧 𝐜𝐮𝐞𝐬𝐭𝐢𝐨𝐧𝐚𝐛𝐥𝐞 han llevado a estas monjas a una situación insostenible. La incapacidad de vender el convento de Derio y las subsiguientes disputas legales no son más que el resultado de una 𝐚𝐝𝐦𝐢𝐧𝐢𝐬𝐭𝐫𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐢𝐦𝐩𝐫𝐮𝐝𝐞𝐧𝐭𝐞 y una falta de transparencia. ¿Cómo es posible que una comunidad religiosa, que debería estar dedicada a la oración y la reflexión, se vea envuelta en escándalos financieros y rencillas personales?
El ‘Manifiesto católico’ y la renuncia colectiva son actos que desafían abiertamente la autoridad de la Iglesia. Al declarar a Pío XII como el último Papa legítimo, estas monjas no solo se separan de la Iglesia conciliar, sino que también 𝐝𝐞𝐬𝐩𝐫𝐞𝐜𝐢𝐚𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐯𝐨𝐥𝐮𝐜𝐢𝐨́𝐧 de una institución que busca adaptarse a los tiempos modernos.
𝐋𝐚 𝐡𝐢𝐩𝐨𝐜𝐫𝐞𝐬𝐢́𝐚 𝐞𝐬 𝐩𝐚𝐥𝐩𝐚𝐛𝐥𝐞: por un lado, estas monjas han sabido utilizar las redes sociales y el mundo web para trascender los muros de su clausura, pero por otro, se aferran a una interpretación obsoleta y rígida de la fe. Su habilidad para comercializar chocolates contrasta con su incapacidad para manejar asuntos más serios y fundamentales.
Este tipo de comportamientos no solo dañan la imagen de la Iglesia, sino que también 𝐞𝐫𝐨𝐬𝐢𝐨𝐧𝐚𝐧 𝐥𝐚 𝐜𝐨𝐧𝐟𝐢𝐚𝐧𝐳𝐚 de los fieles. Es hora de que la Iglesia tome medidas firmes para corregir estas desviaciones y restablecer el orden y la verdadera espiritualidad en sus comunidades.